Media mañana de un día de principios de septiembre. El sol ya caldea el ambiente. Se prevé otra tórrida jornada en los cerros cuajados de jaras y encinas entre los que serpentea, cortejado por fresnos y tamujos, un río cualquiera del suroeste ibérico. En la recta final del verano, lugares como este llevan sin ver caer una gota más de tres meses, y aún faltan varias semanas hasta que la lluvia acuda al rescate de la vegetación y sofoque el calor que acumulan las rocas del lecho del río tras un largo tiempo al descubierto.
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El escenario de esta entrada del blog, un sufrido río del suroeste ibérico |
Así es el clima mediterráneo. Es ley de vida en nuestros campos, a cuya dinámica estacional están perfectamente adaptados los ríos meridionales, aunque nos dé pena verlos tan secos en el estío. Y es que regajos, arroyos, barrancos y riachos llegan a secarse por completo, mientras que los cauces de algo de más entidad suelen quedar reducidos a un rosario de pozas aquí y allá que van achicándose paulatinamente.
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Grupo de barbos nadando |
En una de estas pozas soy testigo de un drama oculto. Una lastimosa situación en la que no mucha gente repara, y que está acabando poco a poco con la vida de nuestros ríos. A priori nada extraño, pues de visu detecto varios ejemplares de una de las especies más comunes de esta cuenca, el endémico barbo común Luciobarbus bocagei, nadando alegremente. Esta especie, como muchas otras (otros barbos, bogas, o incluso el amenazado jarabugo), realiza pequeñas migraciones dentro de la cuenca fluvial en la que habita; es decir, en primavera -cuando los ríos corren- los barbos remontan aguas arriba para frezar y poner sus huevos, regresando después a los tramos bajos que suelen retener un más elevado nivel de agua. Además, su desarrollo vital y corporal también está adaptado a la estacionalidad de los cauces mediterráneos.
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Colmilleja Cobitis paludica. Sabemos que es una hembra por el patrón de manchas circulares del lateral |
Meto la red de muestreos y una colmilleja Cobitis paludica, una de las joyas de nuestros ambientes fluviales, es la primera “captura”. Un vistazo, unas fotos, y de nuevo la devuelvo a la charca que constituye su hogar, cada vez más mermado por el azote del sol estival. Esta peculiar especie de cuerpo fino y alargado, casi reptiliano, es un endemismo ibérico cuya boca (disposición inferior y con barbillones o bigotes) delata sus hábitos: se mueve pegada al fondo, detectando entre el fango y la gravilla -mediante sus sensibles terminaciones nerviosas- el detritus, las algas y las larvas de invertebrados de las que se alimenta. Las colmillejas son duras de pelar, pues aguantan en los últimos charquillos hasta que las lluvias y escorrentías vuelven a convertir los resquebrajados lechos en ríos y arroyos “en condiciones”. Ello se debe a su resistencia a condiciones de anoxia, es decir, en pleno verano cuando el oxígeno escasea en las aguas estancadas y calentorras de las pozas. Al parecer, incluso pueden respirar directamente del aire en pequeñas cantidades.
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Vista dorsal de colmilleja, endemismo ibérico |
Capturo a continuación un calandino Squalius alburnoides, habitante frecuente de los ríos del suroeste ibérico. De talla pequeña, suele formar cardúmenes y presenta una singularidad de lo más curiosa: esta especie endémica de Iberia tiene un origen híbrido, siendo uno de sus parentales desconocido, y el otro el cachuelo S. pyrenaicus. Y otra más: la mayoría de los ejemplares de calandino son calandinas; o sea, hembras. Es decir, la mayoría de la población de este simpático pez sólo necesita encontrarse fugazmente con un macho de cachuelo para poder perpetuarse, además de que si en una poza han quedado 50 ejemplares de calandino y 10 cachuelos, por ejemplo, casi todos los calandinos serán hembras y por tanto pondrán huevos, mientras que de los cachuelos sólo podrían llegar a hacerlo aquellas que fueran hembras. Además de su complicada genética, son capaces de reproducirse de distintos modos, haciendo de este pez uno de los más singulares del mundo. Todo ello les da ventajas a la hora de vivir en ambientes extremos, cambiantes y relativamente fugaces como son las pozas y remansos de nuestros cauces mediterráneos.
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Calandino Squalius alburnoides, otro pez exclusivo de la Península Ibérica |
Pero entonces, ¿dónde está el drama? Si los ancestros de colmillejas, calandinos, barbos y demás peces continentales del sur ibérico han ido evolucionado desde hace millones de años de modo parejo a la formación y aislamiento de nuestras cuencas fluviales y al clima. Y si presentan estrategias y adaptaciones que les hacen estar plenamente amoldados a las sequías, siendo generalmente capaces de resistir en pozas como en la que yo me encuentro y no sólo puntualmente un año, sino a lo largo de toda su vida (sorprendentemente, son animales de cierta longevidad), ¿cuál es el problema?
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Hembra preñada de gambusia, a la espera de "regalarnos" una nueva generación de invasores gambusinos... |
Pues la cara B de la historia viene dada porque estos auténticos supervivientes que tengo delante han conseguido resistir a duras penas a la construcción de embalses y la destrucción de hábitat, imposición de barreras físicas y alteraciones del caudal aparejadas; a la disminución de la disponibilidad de agua por las extracciones agrícolas y de consumo; a la contaminación de diversa índole; a las alteraciones de los microhábitats por medio de saca de gravas del lecho del río, tala de arbolado de ribera o creación de diques; y a la depredación natural por parte de martines pescadores, nutrias, cigüeñas negras y garzas reales. Pero ahora, en este caluroso día de finales de verano, se encuentran encerrados en una pequeña poza, en la que el agua escasea, con unos extraños vecinos llegados –de la mano del hombre, una vez más- desde lejanos lugares, quienes nada tienen que ver con los refinados mecanismos evolutivos que han permitido a colmillejas, calandinos o barbos llegar hasta nuestros días.
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Es lamentable que esto es lo que salga en la red al sumergirla en un río ibérico... |
Da verdadera lástima comprobar cómo, cada vez que alzo la red, vienen en ella más gambusias Gambusia holbrooki y percas soles Lepomis gibbosus que peces autóctonos, mientras por el rabillo del ojo veo a los cangrejos rojos americanos Procambarus clarkii escabullirse bajo las piedras. Especies exóticas que -al igual que el blacbás, la carpa, el lucio, el alburno o el pez gato- están dando la puntilla a nuestra maltrecha ictiofauna nativa.
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Lepomis gibbosus. Aunque sin llegar a los niveles del blacbás, puede considerarse el Míster Distroyer de nuestros ríos... |
Las percas soles son voraces depredadores de huevos, alevines y peces de pequeña talla, además de ser altamente territoriales y capaces de desplazar a muchos de nuestros peces. La gambusia, poco agresiva y de talla pequeña, compite sin embargo por la comida e, imagino, por el oxígeno que cada vez escasea más en las aguas de las pozas conforme avanza el estío. El cangrejo, por su parte, además de rivalizar por el alimento, aumenta la turbidez del agua con sus hábitos excavadores, obstaculizando la entrada de luz necesaria para el crecimiento de las plantas que constituyen el hábitat y parte importante de la dieta de los peces.
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Cangrejo rojo americano Procambarus clarkii |
Resulta fácil imaginarse a la comunidad de peces de aquella pequeña poza sufriendo bajas día tras día, quedando los efectivos de calandinos, barbos y colmillejas reducidos drásticamente en el momento más vulnerable de su ciclo vital anual. Quién sabe si quizá sólo sobrevivieron hasta el final las percas soles, y si no acabarían muriendo también al llegar el nivel de agua al mínimo y con unas condiciones de anoxia severa para las que no están preparadas, implicando ello un desperdicio de esfuerzo, de energía y de un proceso evolutivo brillante.
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Si eres un pez y vives aquí....¿eres o no eres un artista de la supervivencia? |
Historias como esta no son, ni muchos menos, algo excepcional del lugar donde me hallaba ese día, sino un fenómeno generalizado en las cuencas ibéricas. Sirva esta humilde entrada de blog como pequeño homenaje a esos artistas de la supervivencia que son los peces autóctonos. A pesar de que la mayoría son especies exclusivas de la Península Ibérica o incluso de una cuenca determinada, siguen siendo “los hermanitos pobres de los vertebrados” (como escuché recientemente designarlos al ictiólogo J. Ambrosio González Carmona) en lo relativo a su conocimiento, conservación y popularidad. Yo mismo apenas sé cuatro cosas sobre ellos, pero creo que eso no debe ser impedimento para que los valoremos como se merecen y estemos sensibilizados con los numerosos problemas que los están llevando a la desaparición.
NOTA COMPLEMENTARIA: Como añadido posterior a esta entrada me gustaría mostraros el aspecto de este río una vez terminado el voraz estiaje. Es perfectamente apreciable el cambio tan brutal en cuanto a caudal y nivel de agua, bruscas alteraciones a las cuales está adaptada nuestra ictiofauna indígena. Las fotos son de diciembre.